"Cuidate, nena"

No podemos negarlo, todos tenemos algo adentro que hace a nuestra esencia. Ese ser interior que en estadíos tempranos nos hacen creer que es aquello que devuelve el espejo. Con el correr de los años, los más ingenuos continúan con esta ilusoria imagen como referente. En cambio, los más astutos (o tal vez, masoquistas) que exploramos y escondemos aquellos rincones del inconsciente, supimos reconocernos en la oscuridad de la noche, sin luna que nos engañe con plateados espejismos.

La madre naturaleza ha sido generosa. No es algo envidiable, pero mi envase posee ciertas bondades que lo califican como medianamente atractivo. Ascendencia de cristales combinados con resistentes garras potencian mi gatuna personalidad. A este conjunto se le suman años de ortodoncia para obtener un resultado aceptable. "Mirala, con esa carita de angelito, vos te lo esperabas?" marcó el más oscuro de la tríada nocturna.

Al igual que aquella que rige el reloj biológico de la Tierra, mi madre también ha sido generosa. Ha confiado ciegamente en su hija, en sus actos, sus engaños, retrasos y mentiras. Madre también piensa en hija como ángel. No es ingenua, pero no conoce el lado B de ese extraño ser que duerme bajo su techo.

Aquí me presento como soy, o parte de mi ser. Sepan disculpar mi técnica de principiante, espero mejorar con el correr de los post. Y si no sucede, me seguirán padeciendo. A propósito del título, los que deberían cuidarse, son ustedes.

Doble vida

El pasado estuvo regido por la transparencia. Planeamiento claro; podía mirar con la frente en alto y responder honestamente. Exhibía con orgullo la perfección que me había vendido la sociedad. Los planes trazados no me pertenecían, me dejaba empujar por las fuerzas de un otro que manejaba mis riendas y me había colocado con dulzura las negras anteojeras.

No lo niego, fui feliz. Creí en su construcción ideal; en el cuento de hadas fui su princesa, su reina, su puta, su dama, su todo. Y todo le otorgué, con los ojos cerrados y mis manos sobre las suyas. Él correspondió mis entregas, pero algo no fue suficiente.

Aprendí a desdoblarme. Comencé un camino oscuro con el que teñí los blancos lienzos que me auguraba el futuro. Los rasgué; él los remendó y me cobijé con sus retazos. Poco duró el calor que brindaban y las grietas consiguieron abrirse a pesar del fuerte hilo dorado que intentó curarlas. La oscuridad se adueñó de los jirones para hacerlos desaparecer, aunque se encaprichó con marcarme. La línea de oro sigue a mi lado, cual anclaje eterno a ellos, para recordarme épocas pasadas que no se repetirán.

Hoy soy otra.