Quiero.

¿Te acordás de lo que hablábamos hace un rato? Bueno, eso.

Quiero volver a sentir como hundís tu carne en la mía; húmeda y caliente yo, seco y duro vos.

Quiero que me claves tus garras en las caderas mientras te araño la espalda.

Quiero gemirte de placer al oído y escuchar tu respiración profunda, al momento justo en que tu pecho se empieza a inflar acompañando nuestros movimientos.

Quiero tu lengua llena de saliva recorriendo todos mis labios, con los infaltables dedos juguetones que me exploraron una y otra vez.

Quiero que resbales tus firmes manos por mi espalda de óleo, para que de esa fricción aflore el dulce aroma que se impregna en la piel, el pelo y la comisura de la boca.

Quiero hacerte lo que te disfrutás y encapricharme con lo que no querés, jugarte tu juego favorito mientras me arrancás la ropa en el orden incorrecto.

Quiero que vuelvas a posar tu mano sobre mi vientre ardiente, que le apliques la presión justa para que se petrifique con tus papilas gustativas.

Quiero que me alces a la mesada, me captures desde atrás, sentir tus soplidos en mi nuca, pasar la lengua y los labios por tu rectitud venosa, darte cosquillas de placer, ver tu cara cuando explotás, que me hagas llegar de la forma que más me gusta y conocés a la perfección, que estallemos en risas en esos breves segundos posteriores que quedamos con la piel sensible a todo roce...

Quiero. Ya me invitaste. Sólo me queda decirte "Vamos".

Heavy and upside down


La vida es como te la tomás.
Imagen de la Globe Collection del museo Hamilton Wood Type & Printing (Two Rivers, WI).

Post post desayuno

Volví. La satisfacción de tener el estómago lleno y calentito me hizo recordar buenos momentos, pocos encuentros y calenturas individuales compartidas.

Nunca fue amor. Una mezcla de curiosidad, calentura y confidencialidad le daban el toque especial que se necesitaba para buscarnos. Los mismos argumentos que él, sí. Comencé por el mismo camino que el suyo. Nuestros cuerpos supieron encontrarse en aquel balcón porteño, para estallar en un baño ajeno. No nos medimos; poco importaban los golpes en la puerta, la obviedad de nuestro acto, los amigos presentes y el qué dirán. Él separó con sus yemas la ya mojada ropa interior que envolvía mis labios inferiores, cargados de sangre y húmedos de deseo que le hacían frente a la resaca. Mis manos se deslizaron tras su jean para igualar el acto;satisfacción plena al encontrar un miembro grande, latente y caliente que pedía a gritos una lengua deseosa de juego.

No era el espacio indicado. El ritmo cardíaco se desaceleraba a medida que dejábamos el lugar, para complacer a su dueña. Gracias al aire fresco de un viaje sin tiempo, llegamos con el dormido instinto de ataque que nos separó por unos breves minutos. Ámbito familiar para uno, casi desconocido para la otra. El residente vino a buscarme al rincón donde mi mente intentaba ahuyentar a ese molesto angelito que posaba sobre mi hombro derecho. Su sola presencia lo hizo humo, y tal vez se tropezó en el camino generando un accidente casi profético. Ese indicio leve no nos detendría: pasamos a la cama donde contadas veces unificamos nuestros cuerpos. Tras la exploración torpe y apurada, nuestras bocas se reunían para acentuar la calentura. Esos dedos generosos supieron qué lugares presionar, y si perdían el camino, los gemidos funcionaron como perfectas señales de alarma. Todos mis labios rodearon su virilidad en repetidas ocasiones, para verlo retorcerse borracho de alcohol y placer. Disfruté cada centímetro de su piel desnuda, su espalda robusta y sus brazos firmes. Aferrándome a su nuca le gemí en los oídos, para entrarle por los poros y hacerle saber lo que hacía bien y cuánto placer me brindaba su carne dentro de la mía. Terminamos aquella noche retorciéndonos los dos; no fue planeada pero sí deseada y premeditada.

Poco importaron las cuestiones morales y sociales. Ese fue el primer encuentro. Bellos recuerdos que no volverán.